viernes, enero 25, 2008

Los Jefes de Iglesias y el Derecho a Opinar

El hombre primitivo vivió sus primeros temores con los fenómenos de la naturaleza. Conocía el día, la noche, el sol, la luna, las estrellas. Sentía el viento y la lluvia. No le asustaban pues había nacido con ellos. El trueno, el rayo destructor, no los comprendía. No sentía un beneficio en ellos, como el sol, el viento y la lluvia. Aparecían sin aviso. Dañaban. El temor generó los misterios. Consideró necesario aprender a vivir con ellos. Los agrupó y creó mitos y después ideas matrices. Quiso representar esas ideas y asimiló algunos misterios dominadores a animales. Cuando estos no complacían todas las esperadas similitudes o virtudes o poderes, generaba sus propias figuras. La coincidencia de temores ya representados, generó los grupos, las sectas y nacieron las religiones y con ellos quienes administraban estas comunidades. El poder que entregaba la administración de los temores, hizo que las organizaciones engendraran su autocrecimiento y, por ende, la dominación, siempre por la administración del temor y el misterio a lo desconocido. La rigidez y la intolerancia hacía que mantuvieran su dominación exponiendo posiciones que, explicaba, las recibían del dueño de los temores y misterios. Esto ha sido así por los siglos de los siglos. Si el administrador de los misterios decía que la tierra era el centro del universo, quien dijera lo contrario sufría un castigo. Quien no se postraba en cierta dirección para orar, no cumplía el mandato superior. Y así, sectas y religiones, establecieron por milenios, formas que las entregan como dogmas y que son actos de fe para quienes adscriben a una secta o religión. Como los miembros de esas organizaciones lo son porque sus mentes les indican que es lo correcto, deben merecer todo nuestro respeto, especialmente cuando ellos son tolerantes y permitan otras ideas. Todos los rectores de las corrientes religiosas, tienen perfecto derecho a exponer sus puntos de vista sobre lo que estimen dentro de sus doctrinas y quienes les escuchen o lean, igualmente tiene el derecho de exponer, en forma adecuada, sus coincidencias o discrepancias.

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